martes, 20 de octubre de 2009

Tiempo escolar y calendario escolar. Confundir valor y precio"



Tiempo escolar y calendario escolar. Confundir valor y precio
Pura Sánchez. Profesora de Lengua Castellana y Literatura del IES Velázquez.
Siempre que se plantea una cuestión referida a la enseñanza, se suelen dar invariablemente dos constantes: todo el mundo cree sentirse en situación de poder opinar y se ningunea al profesorado o se le hace responsable de lo que quiera que sea. En este caso me quiero referir al calendario escolar y la polémica desatada antes de principio de curso sobre si este debería alargarse o no. Se polemizó sobre el cuándo y el cuánto, pero poco o nada se ha hablado sobre el porqué y el para qué. En la práctica, el curso se ha iniciado en Primaria cinco jornadas lectivas antes, se ha mantenido prácticamente igual en Secundaria y se ha adelantado otras cuatro o cinco jornadas en Bachillerato. Hablo de la enseñanza pública. Lo curioso es que el debate parece terminado, aunque pienso que dista mucho de estar cerrado. Echo de menos una reflexión en los medios de comunicación en la que se pongan en relación las condiciones, a todas luces deficientes, en las que la Consejería de Educación ha iniciado el curso (con plazas sin cubrir en las dos primeras semanas, con obras sin terminar y con el consiguiente agobio por parte de los centros que ven, una vez más, cómo se les obliga a cumplir un calendario y un horario –imposición de las clases de 60 minutos–) y el alargamiento tanto del calendario como de la jornada escolar.
Por una vez no estaría de más que intentáramos centrar el debate. Para ello me gustaría hacer algunas puntualizaciones. Creo que lo fundamental es hablar del tiempo de la escuela y no tanto del calendario escolar, tratando de no identificar ambos conceptos entre sí ni estos con la jornada laboral del profesorado.

En cuanto al primer concepto, el buen uso del tiempo escolar no se mide con más o menos jornadas escolares. La cuestión es cómo se llena el tiempo en el calendario escolar. Es decir, preguntémonos si la distribución horaria y de asignaturas es adecuada, preocupémonos de las consecuencias de la excesiva fragmentación de las enseñanzas, que dan una visión fragmentaria e incompleta de los saberes y del mundo al que se refieren, pensemos en el tiempo de la jornada laboral que el profesorado dedica, cada vez más, a tareas burocráticas perfectamente inútiles, detrayendo energías para la reflexión e incluso la preparación de clases, analicemos el tipo de trabajo y de rendimiento que habrá logrado el alumnado, que no ha tenido puntualmente a sus profesores a principio de curso o qué pasa con la calidad de la enseñanza pública cuando sistemáticamente no se cubren bajas inferiores a un mes. En fin, que al identificar tiempo escolar y calendario escolar, en general la ciudadanía parece más interesada en que los escolares queden “aparcados”, cuanto más tiempo mejor, en los centros escolares y menos en si están ocupados en lo que debieran o si esa ocupación es mejorable.

Respecto a la identificación entre la jornada escolar y la jornada laboral del profesorado, hay una irrefrenable tendencia de las administraciones a modificar, siempre a más, la jornada laboral del profesorado, intentando hacerla coincidir con la jornada escolar, pero sin revisar las condiciones económicas, mientras se da a entender que el profesorado anda necesitado de que lo metan en cintura. En este sentido, cabe preguntarse si nuestro trabajo tiene una especificidad, que justifica su calendario laboral, o no la tiene, en cuyo caso hay que iniciar negociaciones económicas tendentes a reconocer y justipreciar lo que vale nuestro tiempo real de trabajo, en la escuela y en casa.
Respecto a la necesaria conciliación de la vida laboral y la vida familiar, parece que se quiere llevar a cabo exclusivamente a través de la escuela. La escuela tiene otros fines educativos y los padres y madres de nuestros alumnos no deben olvidar, porque nos va a todos mucho en ello, que su presencia junto a sus hijos e hijas es insustituible como educadores y como colaboradores del profesorado, y deben dejar de considerarse como clientes de un sistema educativo con libro de reclamaciones. Hay en marcha proyectos normativos, como el Reglamento de Organización y Funcionamiento de los centros y el Estatuto de la Función Pública Docente, que se pueden y se deben relacionar con el de la jornada escolar; así se podrían armonizar los tiempos –el de aprendizaje del alumnado, el tiempo familiar y el tiempo laboral del profesorado– a la vez que se debate sobre el modo en que se reestructuran los contenidos tanto del tiempo como del espacio escolar. Si se sigue defendiendo que la tarea de armonización la asuma la escuela en exclusiva y a costa del profesorado y se sigue identificando interesadamente cantidad con calidad será como confundir valor y precio. Y ya lo decía el poeta: Solo los necios confunden valor y precio.

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